Poesía (27) Amor (19) Prosa (16) Vida (12) Rabia (8) Miedo (5) Angustia (3) Muerte (2) Esperanza (1) Fantasía (1)

23/4/11

Vomitar

Todo empieza bien de la nada, es casi provocado. Levantarte un par de horas después, con el cuerpo caliente, sudando y algo que te pesa a mitad del cuerpo. Sentarte puede que te ayude un par de minutos, pero es inevitable y vos sabés que va a pasar. Va a pasar. Vos solo lo sabés. Va a pasar, va a pasar, va a pasar y el sonido martilleante de esas tres putas palabras va a ser tu música de fondo. Te parás, tambaleando, saludás al público, y comienza la función.

Casi siempre vas sin zapatos, pero es que no podés pensar en nada. Está pasando. Cada paso que das en dirección baño es una revolcada más en el estómago, una lenta y ardiente oleada buscando tu garganta. Ese algo ya lo conocés, y ya sabés que significa: te empezás a poner blanco y viene el bajón en frío. Seguís porque no querés que quede huella, si pasa que te pase a vos, sin nadie, pero cómo quisieras a alguien, a todos, a cualquiera en ese momento. A todos, a nadie, a la mierda. ¡A la mierda! A la mierda, a la mierda, a la mierda, a la mierda, mierda....cerrás la puerta, que podés despertar a alguien.

Te mirás al espejo pero te volteás porque no es más que una confirmación inútil de lo que está pasando. Y la  saliva. La saliva fluye de repente y sin pausa, inundándote la boca. La escupís con miedo, la escupís y hay más y no se acaba y se te viene la imagen de un perro, no de un perro rabioso; sino un perro simple y llanamente imbécil, con el hocico chorreando saliva, con la mirada perdida en el vacío, impotente, estúpido. Lo odiás. Escupís, y el rastro de tu saliva transparente avanza paciente e indolentemente hacia el tragante del lavamanos. Te laten las sienes, sudás helado, cosas borrosas. Un estúpido chilguete de saliva. Cerrás los ojos. Apoyás la cabeza, pero el frío arde.

Qué. No te movés. No respirás. ARDE. Te arde el pecho, está pasando. ESTÁ PASANDO. Tenías razón, está pasando y no podés hacer nada y ni siquiera te movés y temblás y no podés detener el rechinar de tus dientes, el temblor de las manos, te tropezás, temblás, temblás del miedo, te estás cagando del miedo y ya no querés más ese vértigo, ese miedo, ese temblor, el corazón a cien, la incertidumbre, el dolor, ese terror, ese asco ese sabor a mierda en la boca no quiero no puedo no quiero no debo no quiero no quiero BASTA quienquiera que seás basta no es gracioso no es mentira por favor te lo ruego ya no YA NO voy a ser buena voy a ser una buena niña una niña buena pero por favor ya no por favor no, es horrible HORRIBLE.

La ropa te quema, te contiene, temblás y la ropa tiembla en tus manos y vos temblás pero vos sabés que vos podés, al menos te lo repetís metódica y frenéticamente, no, basta, yo puedo, cuando la verdad es que tenés tanto miedo que apenas y abrís los ojos. Una gota de sudor en la nariz. Y el reflujo que sube y baja. Líquido...

Temblando, sudando, solo, sólo vos, con tu pequeñez, con tu desnudez, con tu miseria y sólo con tu miseria te arrastrás hacia el inodoro. Sabés lo que hay que hacer. Abrís la boca, tus dedos entran. Y tocan ahí, justo ahí. Te inclinás ante la taza, con miedo, con respeto, con reverencia. Como a un dios. Vomitar es, después de todo, el acto de entregar voluntariamente el control.

Retorcijones. El estómago sube de golpe. No es suficiente. Tu índice trata de ir más allá. Más. MÁS. Va rompiendo y quemando su camino hacia la boca, es la primera arcada, viene y rompe con fuerza, te parte en dos. No querés, lo querés retener, pero puede más que vos. Abrís y no sabés, es tu cuerpo, tu cuerpo en su reflejo más antiguo y primitivo, expulsando, pujando, retorciéndose, y el río de inmundicia saliendo de vos, de vos, quemándote la nariz, invadiéndote con su olor ácido y dulzón, burlándose de vos, dominándote, mareándote, controlándote más allá de tu conciencia.

Y otra. Esta es más tuya, vos sabés que debe de, que tiene que salir, que tiene que acabar. Pero el dolor es el mismo, sino más. Y la vista es increíble: podés reconocer lo que hay en la taza. Un almuerzo mal digerido, alcohol de más. Y a veces nada, sólo ácido. El dato excita a tu estómago y te inclinás una vez más para sacarlo todo con odio, con rabia y furia, con lágrimas. El sonido de la porquería saliendo de tu garganta, tu porquería cayendo sobre más porquería; el olor de la nueva porquería mezclado con el agua del inodoro, tu sudor corriéndote en el pelo, tus dedos como garfios sobre el reborde, el vértigo y el dolor, y el placer de la furia. Furia infinita.

Y otra. Tal vez dos más. Menores, pero igual de dolorosas que las anteriores. Con más colaboración tuya. Entre arcada y arcada recuperás la conciencia, entre arcada y arcada regresás. Y cuando te has inclinado por última vez, cuando ya diste la última escupida, tu cuerpo cede y regresa sobre sí mismo. Son las dos de la mañana, estás desnudo en el piso de un baño, débil, vulnerable. Y durante un tiempo es como flotar en el vacío. Un vacío frío, feliz e infinito.





El despertar. Pararte. Vestirte. Lavarte. Limpiar.

Pero estás un poco mejor. Aún temblás y te rechinan los dientes. Caminás despacio, cerrás la puerta. Tal vez mañana les contés. Tal vez ahora, porque necesitás a alguien. Pero no. Ya pasó, ya pasó. Encendés el ventilador, abrís la ventana. Aquí nada ha pasado. Recogerte el pelo. Respirar profundo. No, aquí no ha pasado nada. Pero algo te dice que ésa va a ser una noche larga.