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13/1/11

Anécdota

Me impaciento. Me aburro. ME DESESPERO.
El librito de filosofía de la ciencia que tuve a bien traerme no me sirve de nada, o al menos no de mucho. La cola es infinita, la mujer de la par tose, el lugar está impregnado de vapor, de la mezcla de salivas, sudores y fluidos de trescientas y tantas gentes; nunca me dio fuchi el vulgo, pero esto es demasiado. Dos gentes atrás hay unos empleados de Tigo que no me dejan de ver las chiches. Bravo, buenísima idea venir escotada en día de trámite. ¿Ya dije que odio las filas? Las odio. ¿Ya dije que odio los trámites? Los odio. ¿Ya dije que odio los bancos?, Sorpresa, también los odio. Es el precio que hay que pagar cada quince y treinta por cambiar un cheque que no llega ni a los trescientos cincuenta. Nada puede pasar hoy. Ni siquiera podemos ir a comer algo, aunque sea un café con sabor a viejo, no está, anda trabajando, no se puede, llame más tarde. Tu mamá es tan pésima para dar excusas.

Hay un hombre de azul. No muy joven, no muy viejo, pero lo mira todo. Está como hasta el final, casi a la entrada del banco. Y al parecer no soy la única que se fijó: el vigilante no le quita los ojos de encima mientras acaricia su rifle en ademán de advertencia. Pienso en alguna extraña alusión fálica. Pienso que soy una enferma. Siempre, de las cinco cajas, solo hay tres disponibles. Y todas las cajeras están pésimamente maquilladas. Y son unas perras. Tuve un novio que decía que mi deleite era quejarme de todo. Tal vez estaba en lo cierto.

Como de película: viene el maje de azul y dice Se me están quietos, hijos de puta, y saca tremenda babosada; el vigilante pálido, pálido, que no sabe qué hacer, porque el de azul trae compañía salida de la nada. Gritos, angustia, una mujer bastante humilde y su marimbita de bichos; un tierno que parece ser empleado de carwash siendo desplumado. Sí, me tiembla un poco la mano, me hago la fuerte, ya se va a acabar, no me van a pedir nada, o va a venir la policía y les va a dar traca traca. Al final llega un cerote bajito, A ver reina, déme para acá y le doy el cheque, Pero firmadito, corazón, y me mira las chiches, y se lo firmo mientras en mi mente le doy la puteada del siglo, cabroncerotehijodelagranputa, ojalá que te pise la chota, y se va, y se acaba el pisto y los cheques y las tarjetas, y quedan solo las señoras pálidas y los hombres encabronados, pensando que han de ser mareros bien vestidos y cuestionando la identidad sexual del pobre vigilante.

Dos horas de mi vida perdidas, muertas, nada. Para que cinco vengan y me quiten el pisto que me gano atendiendo gringos que no saben cómo encender su televisor. Y la u, bien gracias. Adiós champú nuevo. Adiós birria del viernes. Por lo menos, es salir de la rutina. Al menos tengo algo nuevo qué contar.